Pablo Castillo Segura
Ingeniero de Telecomunicación
En primer lugar, muchas gracias por el canal que me brinda la AEIT Madrid para hacer llegar mis experiencias a mis compañeros de profesión, así como a la sociedad en general. Espero que este artículo les pueda ser de utilidad.
Me gustaría comenzar por mi infancia, con 5 años, cuando comencé a nadar. A esa edad sólo te interesa pasarlo bien en las actividades que realizas, pero, a medida que vas creciendo, el nivel de responsabilidad aumenta. Los compañeros del club de natación entrenan por mejorar sus tiempos, hay algo de responsabilidad a la hora de asistir, y se tiene que rendir en las competiciones y en las tomas de tiempos. Se me daba bien nadar, pero casi nunca conseguía marcas para ir a los campeonatos de Andalucía (soy de Jaén). El motivo es que siempre me pusieron nervioso las competiciones de natación, porque yo mismo me generaba presión al intentar ver si lo podía hacer bien. Esta presión provocaba, la mayoría de las veces, que mis pulsaciones por minuto estuvieran altísimas antes de tirarme al agua; por lo cual, no podía rendir bien. Con tal presión, lo lógico hubiera sido dejarlo, pero yo continué porque quería ver si podía acompañar a mi equipo en las competiciones, a pesar de que decía que no me importaba. Algún año incluso llegué a formar parte de los relevos en los campeonatos de Andalucía, aunque mucha gente no le diera importancia. Con el tiempo acabé aprendiendo una de las primeras lecciones: tú mismo puedes ponerte tus propias metas, intentar alcanzarlas por muchos obstáculos que haya en el camino, y, si por algún motivo no las consigues, no te frustres, utiliza la experiencia para motivarte y dar lo mejor de ti.
Esa responsabilidad, inculcada por la natación hizo que me esforzara en las asignaturas que se me daban peor en el instituto. Soy malísimo aprendiendo de memoria, e historia era mi debilidad. La mayoría de las veces obtenía en los exámenes un 5, llegando a suspender en ocasiones, y estoy seguro de que, si no hubiera entrenado la capacidad de esfuerzo, no hubiera sido capaz de sacarla.
A los 19 años, decidí apuntarme a un curso de socorrismo (no recuerdo si por voluntad propia o porque se puso de moda), y la idea parecía divertida. Nadaba bien, así que no tendría ningún problema en sacarlo, ¿no? Pues bien, la seguridad se va diluyendo cuando 1) consigues un empleo de socorrista y es la primera vez que te ganas la vida sin nadie que te eche una mano; 2) tienes que trabajar a 700 km de la ciudad en la que has vivido; y 3) te encomiendan vigilar una playa abarrotada de personas. Lógicamente, alejarse de la familia y realizar una experiencia así da miedo. Tienes que hacer un esfuerzo para seguir hacia delante, aguantar y no arrepentirte. ¿A que no adivináis qué ocurrió? Efectivamente, sobreviví. Y no pude estar más orgulloso de lo que conseguí. Entendí el valor del dinero, y que necesito ser proactivo a la hora de trabajar.
Durante la carrera (de los 18 a los 22), así como posteriormente durante el máster, algunas asignaturas tenían mucha fama (no diremos si buena o mala, aunque lo podéis imaginar). El primer año comenzó con una de las asignaturas que más me atraían suspensa en el primer parcial. A lo largo de los años, otras asignaturas se complicaron, llegando incluso a tener que sacarlas en convocatoria extraordinaria. Tuvimos que apoyarnos muchísimo entre los compañeros para sacar hacia delante prácticas complejas, y alguna que otra matrícula cayó en las asignaturas que más me motivaban, pero al final todo se basó en una cosa: El esfuerzo. Mucha gente cree que sacar una carrera o un máster se basa sólo en la inteligencia del estudiante, pero creo que el 60-70% del éxito es consecuencia del sacrificio y del trabajo en equipo.
Es este esfuerzo y la confianza que me daba estudiar algo que me gustaba, lo que hizo que solicitara becas de colaboración con los departamentos de Ingeniería Telemática de mis universidades (primero durante la carrera, y finalmente durante el máster). Puede que no fuera el movimiento más inteligente, sabiendo que algunas asignaturas me costaban e ignoraba si las podía sacar con seguridad. Como consecuencia de esto, mi tiempo de ocio se redujo, y las notas de algunas asignaturas pudieron ser mejores, pero ahí estaba yo, intentando aprovechar las experiencias todo lo que estaba en mi mano. Como con otras vivencias, el resultado final hace que uno se sienta orgulloso de lo que ha logrado, pero aquí era algo diferente: No solo me sentía orgulloso de lo que había conseguido, sino que además aprendí a confiar más en mis capacidades. Capacidades que tienen que ver con la investigación, el análisis y la resolución de problemas, incluso en otras áreas en las que no me imaginé trabajar (como son el medioambiente y la educación médica).
Llegó el mundo profesional (“el de verdad”, como consideraban algunos), y, por muy seguro que estuviera de mis capacidades, no sabía si encajaría bien en la empresa en la que entraba, o si se valoraría mi trabajo de igual manera. Pertenecer a una empresa requiere aprender nuevas tecnologías (con las que hasta ahora no te habías pegado), adaptarse a la forma de trabajar (que no en todos los lugares es la más adecuada) y relacionarse y llevarse bien con los compañeros (cuyas personalidades a veces pueden chocar con la tuya), por lo que debes tener una mente abierta y capacidad de adaptación. Por suerte y con mi esfuerzo, en las empresas en las que he trabajado, mis superiores han acabado contentos de mi desempeño, y además me he divertido mucho con mis compañeros de trabajo.
Y así podría seguir, contando vivencias específicas sobre las actividades en las que he participado y lo que he aprendido, pero en todos y cada uno de los movimientos académicos o profesionales que he dado, he acabado satisfecho y orgulloso (puede que no en el momento, pero sí al finalizar). Echando la vista atrás, y mirando fríamente, me doy cuenta de que el miedo me ha impedido dar el 100% de mí en algunas ocasiones, pero cuando lo he superado (dándome a mí mismo un empujón con los ojos cerrados para lanzarme a la piscina), soy consciente de lo que he ganado y lo que he aportado a los demás. Muchas de estas oportunidades puede que hayan surgido a raíz de la carrera que he estudiado (Telemática) pero creo que una gran parte de ellas simplemente se me han presentado y las he tomado por el simple hecho (o no tan simple) de salir de la zona de confort. Por ejemplo, actualmente he entrado al COIT para compartir ideas sobre proyectos, actividades de forma conjunta, etc. Creo que eso es lo que todos deberíamos intentar.
Este artículo es una invitación a aprovechar las oportunidades y superar los obstáculos. Sé que mucha gente no tiene la suerte de estudiar una carrera tan demandada como las relacionadas con las Tecnologías de la Información (como puede ser cartografía, economía o diseño de interior) y por eso no les surgen tantas oportunidades, pero creo que algo se puede hacer (y aquí es donde entra la segunda parte del artículo sobre la que me gustaría reflexionar).
Actualmente, el mundo que nos rodea nos da un sinfín de posibilidades, relacionadas con las Tecnologías de la Información: gente súper conectada (ya sea mediante redes sociales o apps) que están esperando nuevas formas de interacción, servicios nuevos que surgen para facilitar la vida a las personas, políticas destinadas a hacer un mundo mejor. ¿Por qué no aprovecharlas? Sé que puede ser algo complejo tener que aprender nuevas tecnologías o procesos, que no guste a todo el mundo, que puede incluso ser estresante en cuanto a tiempo, y que no resulten los proyectos en los que participáis. Pero puede llegar a merecer la pena. Durante mi carrera, he visto cómo geógrafos participan en proyectos sobre robots cartógrafos, economistas que se meten en el mundo del análisis de datos y los modelos predictivos, así como también he visto decoradores de interiores interesados en la domótica.
En mi opinión hay que aprovechar este mundo tan cambiante que existe actualmente para establecer sinergias entre diferentes áreas. Me gusta que la gente aprenda sobre el mundo del mañana (aunque pertenezca a otra temática sobre la que no sabe nada), que participe y esté a gusto con el cambio, y que aporte nuevas posibilidades para la sociedad. Unos días antes de que se publique este artículo, una empresa química ha decidido contratarme. Me interesa participar en proyectos de los que hablo (en los que se aplica una temática diferente a la que siempre he trabajado). No sé si habrán sido capaces de intuir sobre las experiencias que he vivido, pero de lo que estoy seguro es que han confiado en mi facilidad de trabajo en equipo, mi capacidad de investigar sobre otras áreas, el sacrificio y proactividad que puedo aportar, y, en general, mi capacidad de superar los obstáculos y no rendirse nunca.
Aprovechad las oportunidades, y perded el miedo a los obstáculos, que un día alguien confiará en todo lo que habéis aprendido.