Por Eduardo Mohedano
Durante la famosísima ofensiva de las Ardenas en diciembre de 1944, Hitler encargó a Otto Skorzeny, ingeniero civil y coronel de las SS, una misión muy peculiar: sembrar el desconcierto en la retaguardia del ejército americano. Skorzeny, que más tarde viviría muchos años en España hasta su fallecimiento, ya era un personaje mítico, una especie de Cid Campeador de las operaciones especiales, por haber logrado hazañas de gran impacto como el rescate de Benito Mussolini en 1943 y el secuestro del almirante Horty en 1944.
Los comandos alemanes disfrazados de soldados estadounidenses tenían la misión de cortar líneas telefónicas, alterar los carteles de señalización en las carreteras, difundir rumores y, en general, perpetrar cualquier acción de sabotaje que colaborara al éxito de la que sería última ofensiva alemana en el frente occidental.
En una entrevista concedida al diario ABC en 1970, Otto Skorzeny confesó que aquello fue una chapuza de principio a fin: la denominada "Brigada acorazada 150" no llegó a contar con más de dos mil hombres, de los cuales apenas doscientos hablaban pasablemente inglés. Se les dotó de un pobre equipo norteamericano y ni siquiera todos disponían de uniformes y armas reglamentarios del ejército enemigo. Cosecharon pequeños éxitos, pero según el testimonio de Skorzeny: "lo importante consistió en la confusión que creamos en su retaguardia y en la psicosis de espías y comandos que sembramos en sus líneas. Su policía militar detuvo a más de 250 de sus propios soldados y oficiales por tener un apellido alemán, algún tipo de acento, llevar un arma o una prenda alemana... Esa psicosis alcanzó, incluso, París, donde se me buscaba porque intentaba organizar el secuestro de Eisenhower".
Las palabras del coronel, aunque tal vez algo exageradas, revelan una moraleja inquietante: con pocos recursos se puede crear mucha desazón entre un público objetivo. Este fenómeno va mucho más allá de lo bélico o lo militar, pues se inscribe en las amplias disciplinas de la psicología y la sociología, que a su vez se hallan en los fundamentos del marketing comercial y de la propaganda política, áreas analizadas en profundidad y probadas en la práctica desde hace muchísimos años.
En la sociedad del siglo XXI, la manipulación de las masas ha sumado las redes sociales a sus ya poderosas herramientas previas. Aplicaciones como WhatsApp y X (espantoso nombre que el excéntrico Elon Musk escogió para redenominar a Twitter) permiten difundir mensajes en cuestión de segundos a cualquier rincón del planeta. Hemos pasado de un dominio absoluto por parte de los medios de comunicación tradicionales (radio, televisión y prensa), que disfrutaban de un oligopolio informativo, a una aparente democratización en la creación de contenidos para su difusión. Y digo "aparente" porque el truco está en la audiencia potencial.
Cuando leí la novela Cádiz, de Benito Pérez Galdós, lo que más me llamó la atención fue el escándalo que provocó en el sector más conservador de la sociedad española la introducción de la libertad de prensa en nuestra celebérrima Constitución de 1812. En efecto, en aquella época cualquier publicación podía alcanzar cierta repercusión social porque los medios eran pocos y no había competencia multimedia (no existían la televisión, el cine, la radio, ni por supuesto Internet). Sin embargo, hoy en día los individuos y entes poderosos que controlan las sociedades no están tan preocupados por el hecho de que cualquiera pueda publicar una opinión en Internet, pues saben que hay un océano de contenido que compite por la audiencia y el ruido informativo es ensordecedor. De hecho, el ruido es ahora una de las herramientas de control más potentes. Internet, medio universal por antonomasia, contiene una infinidad de datos, entre los que cuesta desgranar la información veraz. Ni siquiera la Wikipedia, que ha barrido a las enciclopedias tradicionales en papel, puede competir con ellas en fiabilidad (aunque sin duda posee otras virtudes). Y, de momento, todos hemos podido comprobar cómo famosos programas parlanchines basados en inteligencia artificial mienten más que hablan, padecen alucinaciones y los resultados que ofrecen están condicionados por la manera de entrenarlos, las fuentes de datos empleadas para ello e incluso prejuicios ideológicos. Al menos el susodicho programa es educado y me pide perdón cada vez que le pillo en un renuncio.
En teoría, cualquier individuo podría provocar un "efecto mariposa" mediante la siembra de una semilla en redes sociales o en aplicaciones de mensajería. Las manifestaciones callejeras hoy en día, de hecho, se convocan así en un abrir y cerrar de ojos. Y también se pueden difundir bulos con relativo alcance. Incluso perfiles falsos en estas redes llegan a obtener cierto éxito en sus diferentes fines, más allá de los casi inocentes intentos de estafa que hemos recibido todos quienes utilizamos estos medios. Por tanto, en el mundo actual uno tiene que hacerse preguntas, en silencio y desde su propio sentido común, para no quedar intelectualmente adormecido y, en consecuencia, dominado.
Paradójicamente, a pesar de que las aplicaciones están al alcance de cualquiera y de que Internet se diseñó a nivel tecnológico como una red sin centro, lo cierto es que la sobreabundancia de contenidos ha provocado que casi todos los usuarios acudamos a los mismos focos de información, que en consecuencia han acumulado un inmenso poder. Como el pez grande siempre se come al chico, la gran mayoría de los seres humanos conectados acabamos por caer en las mismas redes sociales, que mantienen un público cautivo y han alcanzado tanta influencia que, desde las elecciones presidenciales de 2012 en Estados Unidos, las campañas políticas se sirven cada vez más de estas plataformas para identificar votantes e incluso para influir en los resultados electorales. Lo mismo pasa con "La Nube" en el ámbito empresarial: está en manos de unos pocos proveedores de infraestructura que operan a nivel mundial.
Y por si éramos pocos... la inteligencia artificial parirá un montón de contenidos autoaprendidos en bucle que contribuirán al enorme montón de basura virtual acumulada en Internet. Y entretanto los spammers nos llamarán por teléfono imitando la voz del cónyuge o del jefe, incluso en vídeos con sus figuras, para intentar timarnos. Eso sí, me hace mucha gracia cuando comentaristas agoreros predicen el fin del trabajo e incluso de la humanidad. A mí estos malos augurios no me asustan en absoluto pues, sobre lo primero, estoy deseando dejar de trabajar y que me mantenga algún mecenas que bien podría ser el Estado mediante el consabido mecanismo de pensiones (llamo la atención sobre la ironía subyacente, llamada "subtexto" en el argot teatral). Pero esto no ocurrirá, quienes trabajamos en el sector bien sabemos que si la tecnología en los últimos 200 años ha enviado a alguien a un desempleo definitivo lo normal es que haya sido porque no se ha reciclado.
Sobre el segundo presagio de la IA, si hay quien cree que los poderosos que dominan las naciones y las empresas se van a dejar dominar por ella, y que Skynet nos va a lanzar un ataque nuclear el día menos pensado, es porque no conocen a la especie humana. Hace poco le dije a un señor mayor que, si le aterra que le domine su ordenador, puede desenchufar el cable de corriente cuando se le ponga tonto. Total, es el equivalente a lo que harían los dirigentes mundiales si algún día la IA se les sube a la chepa. Por cierto, tengo un amigo que asevera que Putin ya le ha dado al botón y que los misiles no han salido debido a un bug de software.